Distorsión corporal: cuando el espejo no dice la verdad
- oriol Burgès Gascón
- 24 may
- 6 Min. de lectura
¿Alguna vez te miraste al espejo y sentiste que tu cuerpo era mucho más grande o desproporcionado de lo que realmente es? ¿Te probaste una prenda que te queda suelta, pero sentiste que te apretaba o que no te entraba? ¿Te pasó de sentirte relativamente bien con tu cuerpo, pero después de comer algo o tener un mal día, verte de golpe “enorme”, hinchada o directamente deforme, como si tu cuerpo hubiera cambiado por completo en cuestión de minutos?

Estas situaciones, que pueden ser cotidianas para muchas personas, a veces esconden algo más profundo que la simple inseguridad o insatisfacción con el cuerpo. Pueden ser señales de distorsión corporal: una desconexión entre cómo es realmente nuestro cuerpo y cómo lo percibimos.
¿Qué es la distorsión corporal?
La distorsión corporal es una alteración en la forma en que percibimos nuestro cuerpo. No se trata simplemente de no gustarse o sentirse insegura frente al espejo. Es una desconexión entre la imagen real del cuerpo y la forma en que creemos que nos vemos.
Se trata de una experiencia subjetiva, lo que significa que no se basa en cómo es objetivamente el cuerpo, sino en cómo lo interpreta la persona. Quien vive con distorsión corporal puede verse más grande, desproporcionada o “mal”, aunque eso no coincide con el aspecto físico real. No importa lo que digan los demás, ni lo que muestre una foto, un espejo o el talle de una prenda: la percepción está filtrada por creencias, emociones, experiencias pasadas y exigencias culturales que moldean esa mirada interna.
A pesar de que la percepción no se corresponde con la realidad, lo más complejo es que muchas veces no se reconoce como una distorsión, sino que se vive como una verdad absoluta: “me veo así porque soy así”. Incluso personas con cuerpos saludables, o que se ajustan a los estándares sociales, pueden percibirse con sobrepeso, deformes o inaceptables.
Y no, no pasa solamente por "verse mal un día". Es un patrón persistente que puede interferir en la vida cotidiana, afectar las relaciones, deteriorar la autoestima y reducir significativamente la calidad de vida. Esta brecha entre lo que es y lo que se percibe puede estar acompañada por pensamientos negativos, emociones intensas como vergüenza, rechazo o ansiedad, y conductas que buscan controlar o evitar el cuerpo: dejar de comer, revisar constantemente la apariencia, evitar espejos o buscar “compensaciones” como el ejercicio excesivo. La distorsión corporal puede ser la causa de un gran sufrimiento.
En muchos casos, la imagen corporal cambia de manera abrupta e intensa ante determinados disparadores —comer, subir de peso, sentirse juzgada— aunque no haya habido ninguna modificación física. Lo que cambia no es el cuerpo, sino la forma en que la mente lo está interpretando en ese momento. Esto revela algo fundamental: la percepción corporal está profundamente mediada por el estado emocional, no por hechos objetivos.
La distorsión corporal es un fenómeno central en los trastornos de la conducta alimentaria, pero no exclusivo de ellos. También puede aparecer en personas que viven bajo un alto nivel de autoexigencia, con historial de dietas, insatisfacción corporal crónica o una relación conflictiva con su imagen desde hace años.
¿Cuándo aparece y por qué?
La distorsión corporal no surge de un día para el otro. Es el resultado de múltiples factores que se combinan a lo largo del tiempo. Suele comenzar a gestarse en la infancia o adolescencia, momentos clave en los que se forma la identidad personal y corporal. Comentarios sobre el cuerpo —propios o ajenos—, comparaciones, bullying, exposición temprana a dietas o ideales estéticos inalcanzables dejan huellas que influyen en cómo una persona aprende a verse y valorarse. La imagen corporal no nace con nosotras: se construye a través de una historia personal, familiar, social y emocional.
A esto se suman ciertos rasgos de personalidad o contextos que pueden favorecer su aparición. El perfeccionismo, la autoexigencia, la necesidad de control, o atravesar situaciones de vulnerabilidad —como cambios corporales, rupturas, pérdidas o transiciones vitales— pueden intensificar el foco en la apariencia. En esos momentos, el cuerpo se convierte en una especie de pantalla donde se proyectan emociones no resueltas, inseguridades o una necesidad urgente de validación. Lo que se siente internamente, termina viéndose en el espejo.
Pero la distorsión corporal no aparece en el vacío: se desarrolla dentro de una cultura que valora ciertos cuerpos y rechaza otros. Desde pequeñas, muchas mujeres recibimos mensajes que nos enseñan que nuestra apariencia es central para definir nuestro valor. Publicidades, redes sociales, películas, revistas, e incluso comentarios familiares o escolares refuerzan la idea de que existe un cuerpo ideal, y que alejarse de él es sinónimo de fracaso, rechazo y soledad. Este ideal, además, es inalcanzable para la mayoría: joven, delgado, sin marcas, sexualizado pero “natural”, y sobre todo, medible en términos de aceptación y valía.
No es casual, entonces, que la distorsión corporal afecte más a mujeres. No es que “nos preocupemos demasiado”, sino que fuimos educadas para observarnos desde afuera, juzgarnos constantemente y creer que hay algo en nosotras que necesita ser arreglado. Esta exigencia estética se disfraza muchas veces de “cuidado” o “autoamor”, pero sigue reforzando la idea de que el cuerpo debe ser corregido para ser aceptado. Además, vivimos en una sociedad que moraliza y patologiza el cuerpo: se asocia delgadez con éxito, salud y autocontrol, mientras que el aumento de peso se interpreta como descuido o falta de voluntad. En este contexto, desarrollar una percepción distorsionada del cuerpo no es un hecho aislado: es, lamentablemente, una consecuencia esperable.
¿Qué podemos hacer desde la terapia?
La distorsión corporal puede ser trabajada en terapia con herramientas específicas que apuntan a reconstruir el vínculo con el cuerpo desde un enfoque más realista, compasivo y funcional. No se trata simplemente de “vernos mejor”, sino de aliviar el sufrimiento que genera una percepción distorsionada, entendiendo qué la sostiene y cómo recuperar una mirada más ajustada y amable.
Entre los recursos que trabajamos en consulta, se encuentran:
Psicoeducación: Comprender qué es la distorsión corporal, cómo se forma la imagen corporal y qué factores —cognitivos, emocionales y culturales— la moldean, ayuda a desarmar la idea de que “la imagen que veo es una verdad incuestionable”. Aprender que la percepción está influida por el estado emocional, las creencias personales y el entorno sociocultural abre la puerta a cuestionar esa mirada interna.
Registro y cuestionamiento de pensamientos automáticos: Muchas personas con distorsión corporal tienen creencias rígidas y catastróficas sobre su apariencia: “no puedo ir a la playa si me veo así”, “todos notarán que subí de peso”, “con este cuerpo, nadie me va a querer”. Forman parte de un diálogo interno exigente, hipercrítico y lleno de juicios. En terapia, estos pensamientos se identifican, se analizan y se reformulan, para ir construyendo —poco a poco— pensamientos más flexibles, realistas y amables, que permitan vincularse con una misma desde otro lugar.
Exposición corporal progresiva: A través de ejercicios graduales y respetuosos —como mirar ciertas partes del cuerpo en el espejo sin emitir juicio, observar fotos propias, o usar ropa que antes se evitaba— se reduce la evitación y se fortalece la capacidad de tolerar el contacto visual y emocional con el cuerpo. No se trata de forzar una aceptación inmediata, sino promover una relación más neutral y tolerante con la imagen corporal.
Autocompasión y regulación emocional: Detrás del rechazo al cuerpo, muchas veces no hay solo un problema con la apariencia, sino un deseo profundo de sentirse aceptada, segura, amada. El cuerpo se vuelve el lugar donde se proyectan viejas heridas, exigencias internas y miedos no dichos. Por eso, una parte esencial del trabajo terapéutico consiste en reconocer ese dolor, darle espacio, y empezar a construir una manera diferente de relacionarse con una misma. Es desde ese lugar que puede empezar a repararse la relación con el cuerpo, y también con la propia historia.
Contexto y redes sociales: También trabajamos la reducción de la comparación social y el uso más consciente de las redes. El objetivo es aprender a mirar con distancia, reconocer el impacto que tienen ciertos contenidos, y elegir de forma más consciente qué consumir y qué dejar afuera.
Mucho más que una cuestión de imagen
La terapia no busca que la persona ame su cuerpo todos los días, sino que pueda estar en él sin sufrimiento constante. Que pueda cuidarlo, escucharlo y tratarlo como un aliado, y no como si fuera un enemigo. Aunque la percepción corporal no cambia de un día para el otro, sí puede transformarse con trabajo constante y el acompañamiento adecuado.
Hay algo muy profundo en juego: la relación que una persona tiene consigo misma. Porque trabajar la distorsión corporal no es solo cambiar lo que vemos, sino también conectar con necesidades emocionales fundamentales, como el deseo de ser aceptadas, amadas y de sentirnos seguras. Muchas veces, el rechazo al cuerpo es solo la punta del iceberg, el reflejo de un dolor más antiguo, de miedos profundos y de heridas no nombradas. Sanar la relación con el cuerpo también implica revisar nuestra historia y sanar el vínculo con las partes de nosotras que fueron exigidas, silenciadas o juzgadas.
Somos un cuerpo. Nuestro cuerpo no es una cáscara ni un objeto a corregir. Es nuestra manera de estar en el mundo. Cómo lo tratamos, cómo lo sentimos, cómo lo nombramos, impacta en todo lo que somos. Por eso, abordar la distorsión corporal no es un trabajo superficial. Es un trabajo íntimo, profundo y transformador.






