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No puedo parar de comer: entendiendo los atracones

  • oriol Burgès Gascón
  • 21 jun
  • 7 Min. de lectura

Un atracón no es simplemente “comer mucho”. 


Un atracón es una experiencia marcada por la urgencia, la ansiedad y, sobre todo, la sensación de pérdida de control. Es comer una gran cantidad de comida en poco tiempo, de forma impulsiva, casi automática, como si algo se hubiera apoderado del cuerpo. Es empezar con ese alimento “prohibido” —dulce, graso, hipercalórico— que se había jurado evitar… y seguir comiendo, una cosa detrás de la otra, sin poder parar. 


No es lo mismo que comer mucho un día de celebración, o comer más de lo habitual porque algo nos encanta. El atracón se siente distinto. Tiene algo de urgencia, de secreto, de aislamiento. 


Es comer rápido, a escondidas, a veces de pie, muchas veces sola. Y seguir comiendo aunque ya no haya hambre, ni siquiera placer. Seguir aunque la comida ya ni siquiera sea rica, aunque el cuerpo ya esté saturado. 


Y luego, solo minutos después… llega el bajón. 

La culpa, el malestar físico, el profundo arrepentimiento y la sensación de fracaso. A veces incluso la pérdida total de la noción de cuánto y qué se comió. Como si quien estuvo comiendo no hubiera sido una misma. Como si hubiese habido un desborde, un corte con la conciencia, una desconexión. 


Todo esto suele vivirse en silencio, con vergüenza y en secreto. Porque los atracones no solo generan un malestar físico, también hieren profundamente la autoestima y la confianza en una misma. 


Aunque los atracones se viven como un signo de debilidad y una falla personal, no lo son. Los atracones no ocurren porque te falta fuerza de voluntad, sino que tienen causas comprensibles. Tienen un sentido. Y en este artículo quiero hablarte de eso: qué son realmente los atracones, cómo se relacionan con la restricción alimentaria, por qué la comida (y sobre todo ciertos alimentos) se vuelve un escape, y qué se puede hacer para empezar a romper ese círculo.



El ciclo atracón-restricción: cuando la solución se vuelve parte del problema


Después de un atracón, cuando aparece el profundo arrepentimiento, la culpa y la sensación de fracaso, suele aparecer también la necesidad urgente de “arreglar lo sucedido”. Entonces llegan los intentos de compensación. Se come menos, se saltean comidas, se hace ejercicio en exceso, se vuelve a contar calorías, se prometen dietas más estrictas, se eliminan los alimentos “prohibidos”. Algunas personas incluso recurren al vómito o a otros métodos para “deshacerse” de lo que comieron. Todo bajo la idea de que ahora sí hay que “portarse bien”. 


Pero esta respuesta, aunque parece lógica, es en realidad una de las trampas más comunes y dolorosas del ciclo del atracón. Porque lo que tanto la clínica como la investigación muestran es que la restricción no resuelve el problema: lo alimenta.


Y es importante entender que la restricción no siempre es extrema o evidente. A veces no se ve como una dieta estricta, sino como formas sutiles de control: comer lo mínimo posible para “compensar”, evitar ciertos alimentos por miedo, sentir culpa al comer algo que “no tocaba”, pensar en comida todo el día pero no permitirse disfrutarla. Incluso cuando el cuerpo recibe alimento, si la mente está en “modo restricción”, el efecto es el mismo: tensión, obsesión y deseo creciente. 


Restringir manda al cuerpo y a la mente un mensaje claro: “acá no hay suficiente”. Y el cuerpo, que está diseñado para sobrevivir, responde: se intensifica el deseo por alimentos energéticos, se activa el impulso de comer rápido y mucho, se pierde la sensación de saciedad. El atracón no aparece por debilidad, sino como una respuesta biológica y emocional a la privación. 


Así se forma el círculo que atrapa a tantas personas: 

Primero viene la restricción —física o mental, consciente o no—. 

Después, crece la tensión, el deseo, la obsesión. 

Llega el atracón. 

Y con él, la culpa, la vergüenza, y otra vez… más restricción. 

Y así el ciclo vuelve a empezar. 

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Lo que resulta más desafiante es que, cuanto más se intenta “controlar” la alimentación para evitar un próximo atracón, más se refuerzan las condiciones que lo hacen inevitable. Cada intento de corregirse termina fortaleciendo el problema. Porque el verdadero combustible del atracón no es la falta de fuerza de voluntad, sino la privación —real o percibida— que lo antecede. 


Por eso, la salida no está en más control. La salida está en romper el ciclo.



¿Por qué el cuerpo pide ultraprocesados? El circuito de recompensa y la sociedad de consumo


Decíamos antes que, aunque no siempre, los atracones suelen ocurrir con productos muy específicos: dulces, harinas refinadas, snacks salados, comidas hipercalóricas… eso que muchas veces llamamos “prohibido” o “que engorda”. Y esto no se explica únicamente desde la restricción alimentaria: no es solo que el cuerpo, privado de comida suficiente o variada, esté intentando “recuperar lo perdido”. 


Hay algo más, que forma parte del entorno en el que vivimos: una sociedad de consumo que promueve la sobrealimentación al mismo tiempo que idealiza la delgadez. Una industria alimentaria que diseña productos hiperpalatables —combinaciones precisas de azúcares, grasas y sal— con el objetivo explícito de hacernos consumir más. No se trata solo de comida; se trata de productos formulados para disparar una fuerte respuesta en el cerebro, generando placer inmediato y, con el tiempo, una necesidad creciente.


Estos productos activan el circuito de recompensa de nuestro cerebro: al consumirlos, se libera dopamina, una sustancia asociada al placer y a la motivación. Esta liberación de dopamina refuerza el deseo de repetir esa experiencia. Pero si este circuito se activa de forma frecuente e intensa (como suele pasar con los ultraprocesados), se va desregulando. Se genera una especie de “tolerancia”: lo que antes generaba mucho placer, ahora apenas se siente. Entonces, se necesita más cantidad, o más frecuencia, para alcanzar la misma sensación de satisfacción. 


Y en ese punto empieza a darse un cambio fundamental. Poco a poco, deja de tratarse de comer para sentir placer… y empieza a ser comer para dejar de sentir malestar. Cuando el circuito de recompensa está desregulado, el cerebro ya no busca activamente una experiencia gratificante, sino que intenta aliviar la incomodidad de no recibir ese estímulo al que se ha vuelto tan dependiente. El deseo ya no está impulsado tanto por la expectativa de placer, sino por la urgencia de calmar una sensación de vacío, ansiedad o malestar físico y emocional. En otras palabras, comer deja de ser una fuente de disfrute y pasa a convertirse en una estrategia de alivio. Una forma rápida —aunque transitoria— de calmar algo que incomoda. 


Esto no significa que los alimentos ultraprocesados sean “malos” en sí mismos, ni que deban ser demonizados. Pero sí es fundamental entender cómo interactúan con nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestras emociones. Sobre todo cuando venimos de una historia de restricción, de lucha con el cuerpo o de sufrimiento emocional profundo. Entender esto no es para alimentar el miedo, sino para salir del juicio, ganar comprensión y empezar a aprender qué cosas pueden ayudarnos a salir de este círculo.


Los atracones como forma de regulación emocional


Los atracones no son solo una respuesta al hambre física, a la restricción o a la desregulación del circuito de recompensa. Muchas veces, son una forma de lidiar con emociones difíciles. Estrés, ansiedad, enojo, tristeza, frustración, soledad, aburrimiento… emociones que se sienten demasiado intensas, que son incómodas, difíciles de nombrar o que no sabemos cómo sobrellevar.


En esos momentos, la comida aparece como un recurso inmediato. ¿Por qué? Porque comer, de forma natural, genera placer. Es una experiencia sensorial que activa zonas del cerebro asociadas con la recompensa y la calma. Desde que nacemos, comer está ligado al bienestar, al consuelo, al cuidado. Y si a eso le sumamos que los alimentos son accesibles, están al alcance, y no requieren de nadie más… es fácil entender cómo se convierten en una forma rápida de alivio emocional. 


Sin darnos cuenta, aprendemos que comer nos calma. Que alivia el malestar, aunque sea por un rato. Esa asociación se graba profundamente: malestar → comida → alivio. Y si no contamos con otros recursos emocionales, si no aprendimos otras formas de autorregulación, es lógico que volvamos una y otra vez a lo que “funciona”. Esto no se elige de forma consciente. No es un “capricho” ni una falta de fuerza de voluntad. Es una forma de sobrellevar lo que no se sabe cómo manejar de otra manera. Y por eso, lejos de ser juzgado, el atracón merece ser comprendido. A menudo, es la expresión visible de algo más profundo que necesita atención, contención y acompañamiento. 


Lo más importante es entender que, si la comida se volvió la única vía de alivio, no es porque haya algo mal en vos. Es porque, probablemente, no hubo otras herramientas disponibles. Y desde ahí, desde esa comprensión, es posible empezar a construir algo distinto.



Salir del círculo: volver al cuerpo, volver a una misma


Romper el ciclo del atracón-restricción no es fácil. No es rápido. Y no se logra con más fuerza de voluntad. 


Un primer paso puede ser justamente este: empezar a entender qué son los atracones, por qué suceden, qué los activa, y por qué, a pesar de todo el esfuerzo, siguen repitiéndose. Comprender cómo llegaste hasta acá y qué factores —físicos, emocionales, sociales— están sosteniendo este patrón en tu vida. 


Se trata de observar cómo ciertos alimentos disparan el deseo de forma casi automática. Cómo la restricción —aunque parezca la solución— en realidad alimenta el problema. Cómo intentar compensar, contar calorías, portarse “bien” o seguir reglas estrictas puede parecer un camino de “control”, pero en el fondo, solo refuerza la desconexión con una misma. 


El camino de salida tiene que ver, entonces, con romper el ciclo de atracón-restricción. Y eso implica, entre otras cosas, soltar el control. Implica empezar a confiar en una misma y en el propio cuerpo. Algo que no es sencillo cuando esa confianza ha sido dañada, tras años de lucha, frustración o autoexigencia. Confiar después de tantos intentos fallidos puede sentirse incómodo, desafiante, incluso aterrador. 


Soltar el control da miedo. Pero al mismo tiempo, es como levantar la tapa de todo lo que hay debajo de los atracones. Como si, de pronto, quedaran expuestas las necesidades emocionales que hasta ahora venían siendo silenciadas. Y aunque eso puede ser incómodo o doloroso, también es profundamente necesario. Porque solo mirando de frente esas necesidades es posible empezar a sanar desde la raíz. 


Y justamente por eso, muchas veces, se necesita ayuda. No porque estés rota, ni porque no puedas sola, sino porque este es un proceso difícil, que remueve mucho, y que no siempre se puede sostener en soledad. La ayuda puede ser importante para contar con una guía clara para encontrar el verdadero camino de salida —no uno más de control o exigencia, sino uno de comprensión y transformación real—. Y también para contar con alguien que te escuche, te comprenda y te contenga cuando todo se vuelve confuso o abrumador. Sanar de verdad no solo requiere entender lo que pasa, sino también sentirse sostenida mientras eso sucede.


 
 
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