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La relación con la comida: cuando comer se convierte en una batalla

  • oriol Burgès Gascón
  • 17 mar
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 24 mar

¿Alguna vez has sentido que tu relación con la comida es una batalla? "No puedo parar de comer". "Cada vez que me siento mal, termino comiendo de más". "Si como algo que no debería, me siento muy culpable" son frases que muchos compartimos. Para muchas personas, la comida no es solo una necesidad biológica, sino también una fuente de consuelo, una forma de lidiar con el estrés o incluso un motivo de angustia.


Cuando la relación con la comida se vuelve conflictiva, pueden aparecer patrones como los atracones, la restricción extrema o la culpa constante después de comer. En este artículo, exploraremos cómo se construyen estos vínculos poco saludables con la alimentación, qué factores influyen en ellos y cómo podemos empezar a cambiar esta relación.


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¿Por qué la comida se vuelve un problema?


La relación que las personas desarrollamos con la comida se sostiene sobre dos pilares fundamentales: la nutrición y la psicología. Construir un equilibrio entre ambos es clave para desarrollar una relación sana con la alimentación. Este equilibrio puede variar según la persona, las circunstancias y las diferentes etapas de la vida, pero ambos pilares deben estar presentes y tener su lugar en nuestros hábitos alimentarios.


Desde el punto de vista nutricional, la comida es una necesidad básica: es el combustible que permite que nuestro organismo funcione, crezca y se mantenga saludable. En cuanto al aspecto psicológico, podemos identificar dos dimensiones esenciales: la emocional y la social. La dimensión emocional está relacionada con el placer y el disfrute que naturalmente nos brinda la comida, lo que a menudo nos lleva a buscar en ella alivio o refugio emocional. Por otro lado, la dimensión social se refiere a los significados y mensajes que hemos recibido sobre la alimentación a lo largo de nuestra vida, provenientes de la sociedad, la cultura y, especialmente, del entorno familiar.


Desde esta perspectiva, exploremos los factores más comunes que pueden contribuir a una relación conflictiva con la comida:


1. Alimentación emocional


Cuando usamos la comida para afrontar emociones como el estrés, la tristeza o la ansiedad, la sensación de alivio es momentánea. Sin embargo, esta solución temporal genera un ciclo vicioso: comemos para sentirnos mejor, pero luego surge la culpa y la frustración, lo que a menudo nos lleva a repetir el mismo patrón.


2. Cultura de la dieta y pensamiento dicotómico


Vivimos en una sociedad que idealiza la delgadez y promueve estándares estéticos muchas veces inalcanzables. En este contexto, el control de la alimentación se convierte en una herramienta para ajustarse a estos modelos, llevándonos a probar todo tipo de dietas. La cultura de la dieta nos condiciona a clasificar los alimentos como "buenos" o "malos", lo que genera una relación rígida y restrictiva con la comida. Este pensamiento dicotómico (todo o nada) puede derivar en ciclos de restricción y atracones, donde la prohibición extrema nos lleva inevitablemente a perder el control, atrapándonos en un bucle difícil de romper.


3. Hábitos adquiridos y patrones familiares


Nuestra relación con la comida se empieza a formar en la infancia. Crecer en un entorno donde la comida se usaba como premio o castigo, donde el peso y las dietas eran temas recurrentes o donde la imagen corporal tenía un gran valor,, puede influir profundamente en la manera en que nos alimentamos en la adultez.


4. Factores psicológicos y autoestima


La insatisfacción corporal, la baja autoestima y la autoexigencia pueden influir significativamente en la relación con la comida. Muchas personas vinculan su valor personal con su peso o con su capacidad de "controlarse" al comer, lo que genera un vínculo cargado de miedo, culpa y frustración. Esta asociación convierte a la alimentación y a la apariencia en indicadores de valía personal: sólo valgo si me veo "bien". Como resultado, se establecen patrones poco saludables que dificultan la construcción de una relación más libre y equilibrada con la comida.


Enfoque terapéutico: ¿Cómo podemos mejorar nuestra relación con la comida?


En terapia, entendemos que la relación con la comida es solo una manifestación de algo mucho más profundo. Al explorar esta relación, rápidamente tomamos conciencia de que sus raíces van más allá de los hábitos alimentarios. Sanar nuestra relación con la comida implica también un proceso de autoconocimiento profundo: cambiar la manera en que nos vemos a nosotras mismas, cómo nos relacionamos con los demás y cómo nos conectamos con nuestro entorno. 


Este proceso terapéutico transcurre en dos ejes complementarios. El primero es visible y concreto, y está relacionado con los hábitos alimentarios: identificar patrones, generar estrategias y lograr un equilibrio. El segundo eje, más profundo y menos tangible, involucra aspectos esenciales de nuestra identidad, autoestima, heridas emocionales, vínculos interpersonales, comunicación, sueños y proyectos de vida. Ambos ejes son esenciales para construir una relación más sana y equilibrada con la comida y, sobre todo, con nosotras mismas. 


A continuación, profundizaremos en cómo trabajamos en estos dos ejes fundamentales dentro de la terapia.


1. Eje visible y concreto: Modificación de hábitos alimentarios


El primer eje de la terapia se centra en los aspectos más tangibles y visibles de la relación con la comida. Aquí trabajamos para identificar y modificar patrones alimentarios disfuncionales, tanto en términos de hábitos como de pensamientos y emociones que afectan nuestra manera de comer. La comida a menudo se convierte en un mecanismo de regulación emocional, por lo que es esencial aprender a reconocer cuándo comemos por hambre real y cuándo lo hacemos como respuesta a emociones como el estrés, la ansiedad, la tristeza o la soledad.


En este proceso, no solo nos enfocamos en los hábitos alimentarios en sí, sino también en los pensamientos que los acompañan. Muchas veces, nuestros pensamientos están llenos de juicio, culpa o excesiva exigencia sobre lo que deberíamos comer o cómo deberíamos comportarnos. A través de la terapia, trabajamos para desafiar esos pensamientos negativos y poco realistas, promoviendo una mentalidad más flexible y amable hacia la comida.


Además, aprendemos estrategias de regulación emocional que nos permitan enfrentar los desafíos de la vida cotidiana sin recurrir a la comida como una forma de escape o consuelo. A medida que modificamos estos patrones, no solo mejoramos nuestra relación con la comida, sino también nuestra capacidad para gestionar el estrés y otras emociones difíciles de una manera más equilibrada.


2. Eje profundo: Redescubrimiento y construcción de nuestra identidad


El segundo eje de la terapia es más profundo y se refiere al proceso de redescubrimiento de quiénes somos realmente, más allá de las expectativas sociales y los ideales impuestos por los demás. En este eje, nos adentramos en aspectos esenciales de nuestra identidad: ¿Quién soy yo realmente?, ¿Qué me gusta?, ¿Qué necesito?, ¿Qué quiero de la vida? 


A lo largo del proceso terapéutico, trabajamos para identificar y soltar las expectativas que hemos internalizado de otros, desde la familia hasta la sociedad, y que nos han llevado a vivir en función de lo que otros esperan de nosotras. A menudo, pasamos tanto tiempo tratando de agradar o cumplir con los estándares externos, que olvidamos qué es lo que realmente nos hace sentir plenas y felices.


Este trabajo profundo involucra cuestionar las creencias limitantes que nos han acompañado, explorar nuestros valores, deseos y prioridades, y construir una identidad que esté alineada con nuestra esencia, no con las expectativas ajenas. A medida que redescubrimos lo que realmente nos importa, vamos dejando de "ser para otros" y comenzamos a "ser" nosotras mismas, con todas nuestras complejidades y autenticidad.


Además, se trata de aprender a poner en práctica nuestras propias reglas, criterios y límites, sin necesidad de validación externa. Esto implica ser dueñas de nuestras decisiones, tanto en relación con la comida como en todos los aspectos de nuestra vida.


El camino hacia una relación más libre con la comida


Sanar la relación con la comida no es un proceso lineal ni inmediato, pero es profundamente transformador. Al trabajar tanto en los aspectos visibles y concretos, como en los más profundos de nuestra identidad, logramos construir una relación más equilibrada con la comida y, lo más importante, con nosotras mismas. Si estás dispuesta a dar el primer paso, el proceso terapéutico puede ser el comienzo de un viaje hacia una versión más consciente, libre y auténtica de vos misma.


 
 
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